El 13 de octubre de 1917, ante las más de treinta mil personas congregadas en la Cova de Iría, en Fátima, el sol se detuvo, descendió y ascendió, se acercó y se alejó en un baile estremecedor durante varios minutos. No sólo lo vieron quienes estaban allí; el prodigio fue contemplado en Nazaré, a más de 40 kilómetros, por personas que, desde luego, no esperaban contemplar ese día ningún milagro. Sobre este hecho hay tal cantidad de testimonios que nadie en su sano juicio puede dudar de que sucedió.
Ante este fenómeno, conocido ya en todo el mundo, ¿se han convertido los ateos, rendidos ante la evidencia? Respuesta: No. Ni se convirtieron entonces, ni se convertirán ahora ante datos tan fehacientes. ¿Por qué? Sencillamente, porque no les da la gana. Aceptar que Dios existe y que Cristo es Dios no es como aceptar que Napoleón fue derrotado en Waterloo. Exige cambiar de vida, y muchos no quieren cambiar de vida.
Para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro. Quien no acepta y acoge en su corazón ese suspiro, el soplo del Espíritu, no se convertirá aunque vea caer a las estrellas del cielo.
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