Piensa en una persona cercana que te caiga particularmente mal. No me digas que no la encuentras, que no me lo creo. Te creo más si me dices que tendrías que elegir entre unos cuantos. Ok, piensa en el peor de todos, en ése a quien no puedes ver ni en pintura. Quizá te ha hecho daño; quizá, simplemente, te resulta desagradable; o, quizá, las dos cosas a la vez.
Se le acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Fíjate en él: la gente se apartaba a su paso para que no los contaminase, no querían ni respirar el mismo aire que aquel pobre hombre. Su aspecto físico era repugnante, nadie quería mirarlo. Jesús, sin embargo, lo miró con compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio».
Vuelve ahora a pensar en esa persona a quien no soportas. Pídele prestados a Jesús sus ojos, y mírala con ellos… Verás, en primer lugar, que es una persona que sufre. ¿No te das cuenta de que lleva el sufrimiento en la cara? ¡Como tú! Mira su sufrimiento y compadécete. Acércate sin miedo a ella, no temas tocarla… y quien habrá quedado limpio ¡serás tú!
(TOB06)