Se está produciendo en España un cambio social que no debería sorprender. Las personas que, aun viviendo alejadas de la práctica religiosa, se acercaban a la parroquia para bautizar a los hijos, celebrar su primera comunión o casarse están dejando de venir. Cada vez tenemos menos bodas, bautizos y comuniones. Las hojas secas se caen de árbol… con una excepción: los funerales. Quizá sea la última hoja seca en caer.
No lo pasamos bien los sacerdotes en los funerales. Tienes la iglesia llena de gente, pero celebras solo. Los asistentes no responden, ni saben cuándo estar de pie, cuándo sentarse, cuándo arrodillarse. También aquí hay una excepción. Dices «Daos fraternalmente la paz», y se monta un jaleo de muchísimo cuidado.
Me da pena, porque, para esas personas, la Iglesia es una gran enterradora. Y quisiera gritarles las palabras del Señor: No es Dios de muertos, sino de vivos. No somos enterradores. Somos unos grandes vividores, disfrutamos de la vida como nadie, porque la vivimos con Cristo. E incluso cuando enterramos a nuestros muertos celebramos la Vida.
Si no vienen a la iglesia más que a los funerales, salid vosotros a su encuentro y mostradles la alegría de vivir con Cristo.
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