¿Nunca has leído el salmo 106? Es toda una profecía de ese momento en que Jesús, levantándose del sueño, calmó la tormenta que hacía temblar a los apóstoles.
Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto: Subían al cielo, bajaban al abismo, el estómago revuelto por el mareo. Rodaban, se tambaleaban como borrachos, y no les valía su pericia. Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar (Sal 106, 25-29).
Es fascinante, no me lo negarás. Y, con todo, aquel milagro nunca debió suceder. Es la única vez en que Jesús, tras realizar un milagro, regaña a quien se lo pidió: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?
Jesús obró el milagro en consideración a la debilidad de los apóstoles. Pero, si hubieran tenido fe, al ver al Señor dormido se hubieran calmado. Si Jesús duerme, eso es señal de que no sucede nada malo. Cuando Jesús vele en Getsemaní, sin embargo, se dormirán ellos. Y entonces era preciso velar.
Si Dios duerme, no lo despiertes. Duerme también tú, todo va bien. Aunque no lo parezca.
(TOB12)