Hablábamos ayer de cómo el tibio ha hecho las paces con el pecado. Pero muchas veces, al mismo tiempo está en guerra contra su hermano, contra su vida, contra Dios.
Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino.
Cristo, el mismo Cristo que nos levanta en guerra contra el pecado, nos invita a firmar tratados de paz que pongan fin a guerras que jamás debimos entablar. Si quieres tener la paz de Cristo en el alma…
Reconcíliate con tus hermanos. Deja de juzgarlos y condenarlos, no te defiendas de ellos, ámalos como son, aunque te quiten la vida. Y, si te la quitan, dásela, que el Señor te la devolverá transfigurada.
Reconcíliate con tu historia y con tu vida. Aunque no te lo parezca, está bien hecha. La ha hecho Dios, contando también con tus pecados para sacar bienes de ellos.
Reconcíliate con Dios. Él no tiene la culpa de tus males. Eres tú quien debe pedirle perdón por tus traiciones.
Y, con esa santa paz, lucha la única guerra que te llevará al cielo: la guerra contra el pecado.
(TOP10J)