La Resurrección del Señor

15 junio, 2024 – Espiritualidad digital

Si no siembras…

Sucedió hace años a las puertas de mi parroquia. Ella estaba fuera, fumando, fumaba muchísimo. Y se le acercó una mujer para pedirle fuego. Mientras le encendía el cigarrillo, observó las lágrimas en sus ojos y le dijo: «Parece que te vendría bien entrar y hablar con el sacerdote». Cosas que pasan, aquella mujer, que llevaba muchos años sin pisar una iglesia, hizo caso del consejo y entró a hablar con el sacerdote. Y se confesó, se quedó a misa, y se convirtió.

El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.

Quienes no se atreven a hablar de Dios jamás conocerán el fruto que podrían haber dado sus palabras. Si no siembras, nunca recogerás. Y si el fruto es para Dios y para la felicidad de quienes están perdidos, no sembrar, no hablar de Dios, es un serio pecado de omisión.

«¿Para qué voy a hablar, si no me harán caso?» ¿Y tú qué sabes? ¡Podría contarte tantas historias como la de arriba!

Siembra sin miedo, y reza. Lo demás déjaselo a Dios.

(TOB11)

Cuando Dios jura

En la Escritura observamos cómo, en varios momentos, Dios jura: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Sal 110, 4). Si jurar supone poner a Dios por testigo de una afirmación, cuando Dios jura está entregando al hombre una palabra irrevocable, de la que Él mismo responde. Por el mismo motivo, el hombre sólo debería jurar cuando ese juramento viene de lo alto, del propio Dios.

Son juramentos que se pronuncian de rodillas, y en los que el hombre, respondiendo a una llamada divina, entrega a Dios su vida como culto: el matrimonio, el orden sacerdotal, los votos perpetuos de los religiosos… En esos momentos, el hombre se atreve a jurar confiado en que Dios mismo, que le pide el juramento, le otorgará la gracia de llevarlo a término. De algún modo, en ese juramento también Dios queda comprometido. ¿Quién, de otra forma, se atrevería a entregar la vida entera sin conocer aún lo que le depara el futuro?

Pero también, en ocasiones, el hombre profiere juramentos en los que se sirve de Dios para hacerse creíble. A estos juramentos se refiere Jesús cuando dice: No juréis en absoluto.

(TOP10S)

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