La Resurrección del Señor

julio 2024 – Espiritualidad digital

Un «santo egoísmo»

En sus parábolas, Jesús no siempre muestra a personajes ejemplares como aquel buen samaritano; se sirve, frecuentemente, de personajes mundanos y egoístas. Lo sorprendente es que los pone como ejemplo cuando buscan su propio interés. Recordad al administrador infiel.

El reino de los cielos se parece a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra. A ver, este hombre no es un santo, es un tipo calculador que sabe que le compensa perder hasta los pantalones para comprar una perla que venderá por el triple de lo que le costó. No tiene más motivación que su egoísmo, salvo que hubiera pensado entregar a Cáritas el importe de la venta y Jesús no nos lo hubiera dicho.

Pero… ¿no será que, cuando el hombre sube a determinada altura, esa tendencia que tenemos a buscar el propio bien se convierte en deseo santo? ¿No será verdad que, si todos aspirásemos al mayor bien, el Amor de Cristo, y estuviésemos dispuestos a entregar todo por ese Amor, lo que en la carne es egoísmo, al encauzarlo hacia los bienes espirituales se convertiría en pureza?

Yo creo que sí.

(TOP17X)

Hablemos del cielo

Hablemos del cielo. Deberíamos hablar más del cielo, pensar más en el cielo, esperar con más deseos el cielo. Cuando olvidamos el cielo, perdemos el norte, y fácilmente dejamos de ser caminantes y peregrinos en tierra extraña para convertirnos en seres mundanos consumidores de religión.

Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El brillo del cristiano está reservado para el cielo. Quienes quieren brillar en esta tierra son como cerillas; si quieres, como bengalas. Brillan un momento, asombran a medio mundo, molestan al otro medio, y se apagan después. Queda, cuando se marchan, el olor a humo.

El cristiano, en este mundo, es como la luna. No brilla, resplandece. No deslumbra, irradia claridad. Porque su luz es prestada, es el reflejo, en el alma limpia, de la luz de Cristo. Por eso da gusto estar con él; porque su vida es una dulce noticia de la bondad de Cristo.

En el cielo, sin embargo, los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Tanto se habrá consumado su unión con Cristo, que él mismo será el sol. Y su Padre, el Padre de Cristo. Y Cristo lo será todo en todos.

(TOP17M)

De cómo trata Jesús a sus amigos

Marta está enfadada; como casi siempre. Cuando Jesús le promete que su hermano resucitará, responde: Sé que resucitará en la resurrección en el último día. No es una profesión de fe; ésa vendrá después. Es una regañina: «¡Ya sé que al final de los tiempos todos resucitaremos! Pero yo he perdido a mi hermano y ya no escucho su voz en mi casa».

Esperaba otra cosa. Habían avisado a Jesús hacía una semana de que su amigo estaba enfermo. Y creían que no lo dejaría morir. Pero no sabían cómo trata Jesús a sus amigos.

Jesús dejó morir a Lázaro, y vino cuatro días después. Se comprende el enfado de Marta. Pero, bajo sus vísceras, latía un corazón rendido al Maestro: Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. He ahí su profesión de fe.

Jesús resucitó a Lázaro, y todo quedó compensado. Pero les dejó una lección: quiere que sus amigos vivan de fe, y los pone a prueba para que su fe crezca y tengan vida eterna. Así es Jesús: a los de lejos les cura los enfermos, a los de cerca los bendice con la Cruz.

(2907)

Un personaje secundario

Desconocemos el nombre del muchacho. Es un personaje secundario en la escena, ni eso, es casi un «extra» a quien le cobraron en lugar de pagarle. No ha pasado a la posteridad como los apóstoles. Nadie pensó nunca en canonizarlo (¿cómo, si no tiene nombre?). Y, sin embargo, toda la escena depende de él. Sin él, aquella multiplicación de los panes y los peces no habría sucedido.

Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? Al pequeño Francisco Bernardone le dijo el crucifijo de san Damián: «Francisco, repara mi iglesia, que se desmorona». Y él creyó que se refería al templo de piedra; ése lo podía reparar. Pero Jesús le hizo ver que no se refería a las piedras, sino a las almas. ¿Qué es eso para tantos? ¿Cómo yo, un pobre hombre, podré reparar la Iglesia de Cristo?

El niño le dio a Jesús cuanto tenía. No se guardó un pan «por si acaso»; lo entregó todo. Quienes entregan a Dios el 90% de cuanto tienen no disfrutan ni de Dios ni del 10% que se guardan. La entrega debe ser total.

Jesús hace milagros con niños así.

(TOB17)

Un decreto misterioso

Es un decreto misterioso: Dejadlos crecer juntos hasta la siega. En virtud de esta divina disposición, Dios permite que convivan, en el mundo, el trigo y la cizaña, el bien y el mal, la pureza y la inmundicia.

Más aún, dentro de nosotros, en virtud de ese decreto, se mezclan también trigo y cizaña. Padre, no sé si esta obra buena la hago por Dios o porque me siento bien. Por las dos cosas, hijo, por las dos cosas.

Trigo y cizaña se mezclan en nuestras obras, y diez minutos después de salir de Misa ya hemos pecado. Se mezclan, también, en nuestros pensamientos, que, tras elevarse a las alturas del cielo, se encuentran hozando en las miserias terrenas. En nuestros sentimientos conviven el amor a Dios con el rencor y la envidia… Tratamos, cada día, de purificarnos, de vivir del trigo y soportar pacientemente la cizaña sin permitir que invada nuestra voluntad, pero… ¿llegaremos a vencer totalmente al pecado antes de morir?

Hay un lugar, en lo más profundo del alma en gracia, donde todo es trigo. Allí se ha realizado ya la limpieza final, y sólo Cristo reina. Pero pocos alcanzan a entrar en ese lugar. Bienaventurados ellos.

(TOP16S)

Una visita encantadora y unas palabras desafortunadas

Quédate hoy con estas palabras del Señor, porque son el marco perfecto para que celebres a san Joaquín y a santa Ana:

¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

En definitiva, como dice el salmo: Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre (Sal 83, 5).

Dichosos los que vivimos en el Hogar de Nazaret, dichosos nosotros, los familiares de Jesús. Hoy gozamos de un día especial, porque la visita de los abuelos ilumina la casa. Su presencia crea hogar, da calor y protección, nos hace sentir niños como Jesús y también como María. Porque una madre siempre es niña ante sus padres.

Me dijo una abuela que sintió una punzada la primera vez que su hija se dirigió a ella con un: «¡Hija, mamá!». Mal asunto. O hija, o mamá. La Virgen, estoy seguro, nunca dijo a santa Ana: «¡Hija, mamá!». Le dijo sólo «Mamá». Y a san Joaquín «Papá».

Niña la Virgen, niño Jesús, niños nosotros. Y esta visita de los abuelos durará todo el día.

(2607)

La conversión de Santiago

Decimos que un encuentro con Cristo puede cambiar la vida de un hombre. Pero hoy quisiera matizarlo: Es el encuentro con Jesús crucificado el que transforma la vida.

Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Esos dos «niñitos de mamá» eran pescadores de Galilea que habían ido al Jordán a escuchar al Bautista, y que allí se encontraron con Jesús. De vuelta en Galilea, Jesús los invitó a ser pescadores de hombres, y los llamó «hijos del trueno». Con razón. Quisieron enviar fuego y azufre sobre aquel pueblo que rehusó recibir a Jesús. Y la emprendieron a gritos contra el que echaba demonios en el nombre de Cristo. No estaban convertidos.

Hasta que apareció la Cruz. A diferencia de Juan, Santiago huyó. Sin duda, lo lloró, y con lágrimas de humildad apagó para siempre el fuego de su cólera. Según cuenta san Pablo, Cristo resucitado se le apareció y lo confortó. Después derramó su Espíritu sobre él.

Ya tenemos al santo. Al que se apresuró a viajar a España, y a morir mártir a manos de Herodes. Pero ese cambio comenzó al encuentro con la Cruz.

(2507)

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