Ya desde ayer nos invitó Jesús a que viviéramos como hijos de Dios, quien hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos, y a que fuéramos perfectos como perfecto es nuestro Padre celestial. Las palabras que hoy nos regala el Evangelio, y que desembocarán en la oración del Padrenuestro, deben ser leídas en esa clave. Jesús está hablando de la nueva vida de los hijos de Dios.
Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará… Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. San Pablo dice que nuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios (Col 3,3). Por eso, el hijo de Dios vive vuelto hacia su Padre, que ve en lo escondido. Ha convertido su vida en ofrenda, en sacrificio de obediencia, y no busca, ni le importan, la aprobación o la gratitud de los hombres.
Lo secreto y escondido, ese santuario interior poblado de silencio del alma en gracia, es el lugar natural del encuentro entre el hijo de Dios y su Padre. Por eso el hijo de Dios tiene vida interior, estima en nada las alabanzas y los desprecios de los hombres, habla poco y reza mucho.
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