La Resurrección del Señor

Domingos del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Página 2 – Espiritualidad digital

Cuando tu señor es tu Padre

La parábola de los dos hijos enviados a la viña tiene algo especial. Jesús pronunció muchas parábolas sobre el trabajo de administradores, viñadores y labradores enviados por sus amos. Pero en esta parábola es un padre quien envía a sus hijos a trabajar.

Hijo, ve hoy a trabajar a la viña.

Le llama «hijo», y se lo pide con cariño. Cuando el hijo responde: Voy, señor, pero no va, el padre no se enfada ni se encara con él. En otras parábolas, el dueño castiga a sus empleados infieles. Aquí el padre no exige, quiere ser obedecido por amor.

Luego está el primer hijo. Ha respondido: No quiero, y el padre tampoco se ha enfadado con él. Pero, seguramente vencido por la mansedumbre de su padre, finalmente obedece.

Los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Ellos, como este hijo, vieron en Cristo a un Dios que los amaba, aún en su pecado. La misericordia los convirtió.

Por último, estamos tú y yo. Dios no nos va a obligar a servirlo. Pero meditemos en el Amor con que nos llama, y en el bien que supone servir a tal Padre… ¿quién podrá resistirse?

(TOA26)

La entrega del tiempo

Hablamos de entregar la vida a Cristo, y muchos pensáis en el ideal del martirio. Pero los mártires entregaron la vida entregando la muerte. ¿Acaso es la única forma de entregar la vida? ¿No se puede, también, entregar la vida entregando la vida?

¡Pues claro! Y ahora me preguntaréis: ¿Y cómo se entrega la vida a Dios?

Sencillo: La vida se compone de tiempo. A todos se nos ha dado un tiempo, y ese tiempo está contado, contado por Dios. Entreguémosle a Dios todo nuestro tiempo, todos nuestros minutos, empleándolos en hacer su voluntad, y le habremos entregado la vida.

¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?

¿Lo ves? Dios no soporta ver al hombre ocioso. Un minuto perdido debería ser un pecado venial, quizá lo sea, tú acúsate de ello por si acaso.

Toma posesión de tu tiempo para que lo puedas entregar. Sé ordenado. Ten un horario: Una hora de acostarte, una hora de levantarte, un tiempo para rezar, un tiempo para trabajar, un tiempo para la familia, un tiempo para el descanso… Ajústate a ese horario y, si Dios te lo rompe, bendícele y adáptate sin rechistar. Así, minuto a minuto, entregarás la vida.

(TOA25)

Historias de la mili

Esto de contar historias de la mili es propio de abuelos, pero en mi parroquia ya hay abuelos de mi edad. Así que, desde mi «abuelez», ahí va: Estando en la Academia de Infantería de Toledo, me arrestaron por un doble motivo: fumar en formación y hablar durante la bendición de la mesa. Estaba desolado, no podía ir a casa el fin de semana. Y, mientras amargaba mis horas en la sala de arrestados, entró un teniente anunciando que el Rey iba a visitar la Academia. Para celebrarlo, todos los arrestados quedaban indultados. El grito de alegría que solté casi me cuesta un nuevo arresto.

El protagonista de la parábola, a quien llamamos «el siervo sin entrañas», tras haber sido perdonado, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: «Págame lo que me debes». Se ve que no salió de muy buen humor de la casa de su amo. Era un necio.

Me lo dijo un sacerdote tras confesarme: «Vete muy contento». Desde que me ordené, repito esa frase a todos los penitentes. Quien no sale de la confesión lleno de alegría y dispuesto a perdonar, no sabe lo que ha recibido.

(TOA24)

El poder de atar y desatar

Hace dos semanas se lo prometió Jesús a Simón Pedro. Y hoy extiende la misma promesa a los demás apóstoles:

Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.

Esta potestad la tenemos también los sacerdotes. A nosotros nos gusta más desatar que atar. Nos traen a un niño recién nacido para que reciba el Bautismo. Viene atado a Satanás –no os asustéis, que es la verdad– con la cadena del pecado original. Y nosotros, al derramar el agua sobre su cabeza, lo desatamos y liberamos su alma. Venís vosotros al confesonario, y venís atados a vuestras culpas. Los sacerdotes, con la absolución sacramental, os desatamos y salís de allí felices. ¡Qué hermoso es ser sacerdote! Y que el Señor se sirva de nosotros para desatar a sus ovejas cuando ellas se enredan en los lazos del pecado.

Pero también a los sacerdotes nos gusta atar. Aunque es más difícil. Quisiéramos atar a todas las almas a Cristo. Anudarlas con lazos de Amor a su Cruz y apretar fuerte el nudo para que no se desate. Pero, para ello, necesitamos vuestra obediencia. Dejaos atar.

(TOA23)

El seguimiento de Cristo, en tres pasos

Rezar no significa necesariamente seguir a Cristo. Uno puede rezar desde la cama, o desde el sofá. El seguimiento de Cristo supone levantarse del sofá y caminar. Y los tres primeros pasos te los señala el propio Jesús:

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.

Que se niegue a sí mismo: Escribe tu nombre en un papel. Después táchalo. Ya no importas. No importa que estés cansado, que tal persona te caiga mal, que esa tarea te cueste mucho, que nadie te haga caso… No importas. Importan Cristo y el prójimo.

Tome su cruz: Si tuvieras que cargar un saco de patatas, ¿lo cogerías de frente? Te impediría ver el camino y no verías más que patatas, tropezarías con él a cada paso, y el esfuerzo sería mayor. Por eso te lo echarías a la espalda. Haz lo mismo con tu cruz. Deja ya de remirar tus dolores.

Y me siga: La mirada, fija en Cristo. A eso te ayudarán la oración, la práctica frecuente de los sacramentos, la lectura diaria del Evangelio. Porque, si no sigues al Señor enamorado, no podrás caminar en pos de Él.

(TOA22)

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