El poder de atar y desatar

Hace dos semanas se lo prometió Jesús a Simón Pedro. Y hoy extiende la misma promesa a los demás apóstoles:

Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.

Esta potestad la tenemos también los sacerdotes. A nosotros nos gusta más desatar que atar. Nos traen a un niño recién nacido para que reciba el Bautismo. Viene atado a Satanás –no os asustéis, que es la verdad– con la cadena del pecado original. Y nosotros, al derramar el agua sobre su cabeza, lo desatamos y liberamos su alma. Venís vosotros al confesonario, y venís atados a vuestras culpas. Los sacerdotes, con la absolución sacramental, os desatamos y salís de allí felices. ¡Qué hermoso es ser sacerdote! Y que el Señor se sirva de nosotros para desatar a sus ovejas cuando ellas se enredan en los lazos del pecado.

Pero también a los sacerdotes nos gusta atar. Aunque es más difícil. Quisiéramos atar a todas las almas a Cristo. Anudarlas con lazos de Amor a su Cruz y apretar fuerte el nudo para que no se desate. Pero, para ello, necesitamos vuestra obediencia. Dejaos atar.

(TOA23)