Ha habido épocas –no muchas– en las que ser cristiano estaba bien visto. Y la tentación, entonces, era la hipocresía. Muchos necios se hacían pasar por santos para ser populares, y también, por desgracia, algunos santos fueron tenidos por necios. En nuestros días, en Occidente, ser cristiano no significa, precisamente, ser popular. Y la tentación es la cobardía, el silencio con que muchos guardan su cristianismo en la intimidad para no ser etiquetados y poder gozar de popularidad.
No caigáis en esa tentación. No tengáis miedo de mostraros como cristianos, con naturalidad, sin rarezas ni excentricidades. Pero tampoco os extrañe que muchos, al saber que amáis a Cristo, os detesten. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
Compadeceos de ellos y queredlos, no los juzguéis. Si se rebelan contra vosotros es, sencillamente, porque los dejáis mal; ponéis en evidencia su pecado con vuestra vida, y por eso os odian.
Haced con ellos como hizo el Señor. Tratad de redimirlos amándolos y sufriendo mansa y pacientemente su odio. Y evitad, a toda costa, buscar sólo la compañía de quienes comparten vuestra fe. Sed valientes.
(TP02X)