Quién recoge a quién
En aquellas primeras horas del Domingo definitivo, María no tenía fe. Su corazón rebosaba amor, pero no había en su alma ni fe ni esperanza. Estaba convencida de que Jesús había muerto, y lloraba.
Estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Dice un salmo: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?» (Sal 42, 4). En ella se cumplían las palabras de Jesús: Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán (Mt 9, 15).
Le dice a quien toma por hortelano: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.
Qué paradoja, le llama «Señor».
Qué paradoja, le dice «yo lo recogeré».
Pero ella no lo recogerá. Será Él quien la recoja a ella. María cree que se lo han llevado, y llora, pero es ella quien está siendo llevada, arrastrada por la muerte. Y Él, con sólo decir su nombre, la recogerá y la traerá al lugar de los vivos.
– ¡María!
– ¡Rabbuní!
– No me retengas
Es decir: «No quieras tirar de mí hacia abajo, subo al Padre mío y Padre vuestro. Deja que Yo tire de ti hacia arriba».
(TP01M)