La Trinidad y el hijo pródigo
En la parábola del hijo pródigo nos es fácil ver el rostro de Dios Padre, representado en aquel hombre que perdonó el pecado de su hijo. También nos es fácil reconocernos en uno de los dos hijos. Pero ¿dónde está el propio Cristo en esta parábola? Te lo diré:
Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete. Cristo es el ternero, el que es sacrificado para que el pecador reciba el perdón; el que, una vez sacrificado, es ofrecido en alimento de acción de gracias (de Eucaristía). Como aquel carnero que entregó Dios a Abrahán para que lo sacrificara en lugar de su hijo, así Cristo fue entregado para que tú y yo recibiéramos el perdón.
El hijo mayor no entendió la misericordia del padre. Creyó que aquella misericordia cancelaba la justicia, que la deuda de su hermano no estaba saldada. Había escuchado la música, pero no se había fijado en el ternero.
Y, si ahora me preguntas dónde está el Espíritu, también te lo diré: En la túnica. Es la túnica del recién bautizado, revestido ya de gracia.
(TC02S)