Es Cristo

Insisto mucho en la necesidad de quedarse a solas con Cristo en el desierto. Ésa fue la experiencia primigenia, la de los israelitas rescatados de Egipto. Eran sólo Yahweh e Israel bajo el sol. Durante la Cuaresma, el cristiano necesita revivir esta experiencia.

Pero mis feligreses trabajan, hacen la compra, van al gimnasio, conducen… Y me preguntan: «¿Cómo quiere usted que me quede a solas con el Señor? ¿Acaso tengo que abandonar a mi familia y subirme a un monte?».

¿Se puede ser contemplativo en medio del mundo? ¿Se puede experimentar la soledad con Cristo entre bocinazos de automóviles, niños que corren y ruidos de grúas que muerden el asfalto?

Se puede. Es preciso, en primer lugar, proteger los tiempos de oración, donde esa soledad debe ser silenciosa. Y después, iluminados por esa luz, mirar a los hombres de un modo nuevo:

Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Para ti, ese conductor que hace sonar el claxon es Cristo. El que hace deporte a tu lado es Cristo. Quien te precede en la fila de la caja del supermercado es Cristo. Tu marido, tu mujer, es Cristo. Y Cristo crucificado.

(TC01L)