¿De verdad quieres ser salvado?
¡Pobres insensatos! Cuando el Señor devuelve la movilidad a las piernas del paralítico, dicen: Hoy hemos visto maravillas. Cuando le perdona los pecados, dicen: ¿Quién es este que dice blasfemias?
Rezamos a Dios para que nos libre de las enfermedades; le pedimos que salve a nuestra patria de políticos perversos; le rogamos que llueva cuando hay sequía, y le suplicamos que encuentre trabajo quien no lo tiene. Pero, por alguna razón, de nuestros pecados no queremos que nos libre. Somos como aquel padre del desierto que, mientras luchaba a brazo partido con un demonio, le gritaba: «¡Suéltame, demonio!». Entonces el demonio, sonriendo, le respondió: «Suéltame tú, que me tienes bien cogido».
Es hora de hacer recuento de nuestros verdaderos males, y de verdad. Porque el Señor viene a salvarnos de nuestros pecados, pero nosotros debemos estar dispuestos a desprendernos de ellos. Y no me refiero a pecados mortales apestosos, con quienes nadie está a gusto. Me refiero a esa soberbia que te lleva a juzgar a todo el mundo, a esa pereza que siempre encuentra excusas para no hacer lo que debe, a esa sensualidad que busca siempre lo más cómodo… ¿De verdad quieres que Cristo te libre de ellas?
(TA02L)