Jesús pudo haberlo llamado por su nombre. Pero no lo hizo. Cuando lo tuvo ante Él, postrado en una camilla e incapacitado para levantarse a causa de la parálisis, le dijo:
Hombre, tus pecados están perdonados.
Y es que no se dirigía sólo a él. Se dirigía al hombre, a cada hombre, a la Humanidad entera. Y proclamaba la noticia que, aventada por ese último Aliento que expiró desde la Cruz, quiere propagarse por toda la tierra y llegar hasta el corazón del último de los hijos de Adán.
No hacen ningún bien quienes se acercan al pecador para amenazarlo con las penas del Infierno. Ni tampoco necesita el pecador que lo amenacen con las penas del Infierno, porque ya las está sufriendo. Lo que necesita el pecador es que le anuncien que su pecado está perdonado, que los brazos abiertos de Cristo lo están esperando para rodearlo y limpiarlo en un abrazo de misericordia y ternura.
Te sorprendería saber cuántas personas que viven en el pecado no se acercan a Dios porque creen que no los podrá perdonar. Porque muchos los han condenado al Infierno, pero nadie les ha dicho:
Hombre, tus pecados están perdonados.
¿Se lo dirás tú?
(TA02L)