¡Quién te hubiera palpado!

Qué oportunidad perdida. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos. Creo que no te palparon, se quedaron paralizados. Si te hubieran palpado, no diría Lucas que no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos. Como pasmarotes. Tampoco creo que, ocho días después, Tomás llegase a meter la mano en tu costado. Estaba también como un pasmarote.

Es fácil decirlo ahora, pero yo me habría lanzado. Te habría palpado, te habría abrazado, habría besado tus manos y, de haber podido, habría besado también tu costado hasta beber en él vida eterna a raudales, hasta sacar aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Sé que, de haberlo hecho, me habrías dicho, como a la Magdalena, que te soltara, que no te retuviera. Y, qué le iba a hacer, te soltaría, pero que me quiten lo palpado, lo abrazado y lo bebido. Me faltaría tiempo para contárselo a todo el mundo.

Ah, que no se me olvide. Por algún motivo, creo que Juan llegó a hacer eso. Si no, no hubiera hablado de lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida (1Jn 1, 1). ¡Qué bien le comprendo!

(TP01J)

“La