Predilectos
Me preguntaron hace unos días por qué el Señor tiene «predilectos», personas a quienes favorece especialmente.
Es cierto que los tiene. Yo mismo me siento un predilecto de Dios. ¿Y tú?
De entre todos los discípulos, escogió a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar. Y, de entre esos doce, escogió a tres –Simón, Juan y Santiago– para que compartiesen con Él los momentos más íntimos de su vida. De todas formas, esa astilla era digna de tal palo. También su Padre escogió, de entre todos los pueblos de la tierra, a Israel para hacerlo depositario de sus promesas.
Cosa distinta es que la predilección suponga privilegios. Más bien, sucede al contrario. Cuando Dios escoge a alguien y pone en sus manos una antorcha, es para enviarlo a que ilumine a quienes caminan en tinieblas. La predilección divina conlleva siempre una misión, y esa misión es siempre un servicio. Dios no pone a sus predilectos por encima de los demás, sino a sus pies.
Y, para quienes nos sentimos «predilectos» de Dios: no olvidemos que nuestros pecados le duelen más que los del resto. Judas destrozó el corazón de Jesús. No suceda lo mismo con nosotros.
(TOP02V)