¿Por qué se ha de lavar el autor de la limpieza?

La obligación de lavarse las manos antes de tocar el pan procedía de un precepto rabínico. En varias ocasiones, los fariseos reprocharon a Jesús que sus discípulos lo incumplieran. Pero, en casa de aquel fariseo que invitó al Señor a comer, fue el propio Jesús quien omitió el preceptivo lavado de manos, provocando el escándalo de su anfitrión.

El fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer.

No pensaréis que se trataba de un descuido del Maestro. Todo lo que Jesús hizo estaba perfectamente medido, diríamos que no dio «puntada sin hilo». Al quebrantar voluntariamente aquel precepto, Jesús estaba, en primer lugar, declarando el fin de una Ley que ya reventaba por sus costuras ante Aquél que vino a darle plenitud.

Estaba declarando, también, la libertad del cristiano, la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21). El hijo ya no sirve a la Ley, sino al Amor.

Por último, al no lavarse las manos, Jesús anunciaba una limpieza muy superior a la del cuerpo. Él, Cristo, es la limpieza misma. Y nosotros, quienes rebosamos por dentro de rapiña y de maldad, debemos lavarnos en el agua que brotó de su costado.

(TOI28M)