Lo verdaderamente extraño
¿Qué sucedería hoy si apareciera un taumaturgo capaz de curar, con una oración o una imposición de manos, las enfermedades más terribles, como el ELA, el cáncer o el alzhéimer, y se pusiera en el centro de una plaza? La plaza se llenaría, el alcalde enviaría a la policía y, a la larga, detendrían al taumaturgo por curar sin titulación. Los médicos lo acusarían de intrusismo. Nada nuevo.
En los pueblos donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza. Como os decía, no hay nada extraño en esas multitudes. Ni tampoco en la detención y muerte de Jesús, desgraciadamente. Lo que es extraño es el desprecio por el agua y la sangre.
Paso todos los días unas tres horas en el confesonario. Muchos de esos días apenas confieso a dos personas; otros, a más. Pero la lista de libros que llevo leídos en el confesonario, cuando ya he rezado todo lo rezable, me convierte en uno de los mayores lectores de España. Aunque ni me voy a levantar, ni me van a detener.
Eso es lo extraño. Que los hombres se afanen por la salud del cuerpo, que es efímera, y desprecien la salud de alma, que es eterna.
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