La dicha de conocerte y la desdicha de ignorarte

Me he acordado de las palabras de Santiago: También los demonios creen, y tiemblan (St 2, 19).

Sé quién eres: el Santo de Dios. Las palabras «el Santo de Dios» significan «el Mesías». Pero el demonio no sabía quién era Jesús. Ni por asomo sospechaba que fuese el propio Dios encarnado.

Dejemos a los demonios en guerra («en paz» no podemos, porque no la tienen), y centrémonos en los hombres. Si los hombres supieran quién es Jesús, si lo conocieran, si contemplaran su hermosura y recibieran su Amor, caerían rendidos ante Él. A Jesús es imposible conocerlo y no amarlo.

Muchos no lo conocen porque nadie se lo ha anunciado. Y buscan ansiosos la verdad y la belleza. Éstos, cuando se presenten ante Él, lo reconocerán, verán en Él lo que llevan toda la vida buscando. Y lo abrazarán. Temo, más bien, por quienes, habiendo recibido el mandato de anunciárselo a ellos, no lo hicieron.

Y otros no lo conocen porque no quieren conocerlo, huyen de Él. Recibieron el anuncio, lo despreciaron, y desprecian cuanto tenga que ver con Cristo. Han elegido vivir de espaldas a Él, y de espaldas a Él pasarán la eternidad, si no se convierten primero.

(TOI22M)