El signo de Jonás

Me he acordado de Epulón, cuando pedía a Abrahán que enviase a Lázaro resucitado a casa de sus hermanos, para ver si, así, se convertían.

Esta generación es una generación perversa. Pide un signo... «¡Convénzame, padre!». A muchos les gustaría que los convirtieran a la fuerza: grandes milagros, imágenes sagradas llorando sangre, estrellas cayendo del cielo…

Pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Jonás era un pobre hombre, un alfeñique que no tenía ni media bofetada. No convencía a nadie; o te fiabas de él, o seguías tu vida como si tal cosa y allá tú. Pero los ninivitas se fiaron, y esa fe los salvó.

Mira al Crucifijo… ¿A quién convence un crucificado? ¡Si parece vencido y fracasado! Si te fías de Él, eres un loco para el mundo, el mundo se fía de los poderosos y millonarios, no de un crucificado. Y, sin embargo, Él es más que Jonás.

El Papa es un pobre hombre. Tu obispo es un pobre hombre. Y tu párroco, no digamos. Pero, a través de ellos, te habla Cristo. Ya ves que Dios no quiere convencerte a la fuerza. O te fías de ellos, o… tú sabrás.

(TOI28L)