El por qué y el para qué

¡Pobre Juan! ¡Con lo bien que había empezado todo, cuando conociste a Jesús junto al Jordán y pasaste el día con Él! Estabas enamorado, no tenías otro deseo que permanecer junto a Cristo el resto de tus días. Yo creo que tu madre te enredó, «amor de madre» lo llaman. Y como esté equivocado, esa buena mujer me va a abofetear en el cielo. Me arriesgaré, supongo que allí no duelen los sopapos.

Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Cómo te dejaste enredar por mamá? ¿Ves en que lío te ha metido? Ahora ya no sigues a Jesús porque lo amas, lo sigues para conseguir una vicepresidencia del Gobierno compartida con tu hermanito. De santo a nepote, y de hijo de Dios a niño de mamá.

Debiste recordar aquella primera pregunta con que Jesús te taladró cuando lo seguías: ¿Qué buscáis? (Jn 1, 38). Entonces tenías claro que no seguías a Jesús para que te fuera bien en esta vida, sino porque lo amabas y deseabas pertenecerle.

Nunca preguntes a un santo para qué entrega la vida. Pregúntale por qué, y te responderá: Por amor.

(TC02X)