El grito del Hijo de Dios

No puedo evitar, cada vez que encuentro el pasaje en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, acordarme de la reacción que tuvo un buen amigo tras un ataque de cólera. «¡Bueno! –dijo– ¡Al fin y al cabo, también Cristo perdió los papeles en el templo!».

Haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús nunca perdió los papeles. Su reacción fue un gesto profético perfectamente medido y calculado. En todo momento supo lo que hacía y fue señor de sí. Fíjate cómo, al llegar a las palomas, guarda el látigo y pide de palabra que se las lleven. No azotaría Cristo a la paloma.

¿No te das cuenta de que Jesús está gritando? Te grita que eres templo, casa de Dios, y que sin embargo mercadeas con el pecado. Te grita que, para expulsar esos pecados, tendrás que usar la violencia contra ti mismo. Te pregunta, en definitiva, si realmente estás luchando en este santo combate cuaresmal.

(TCB03)