El doble apostolado de Ana

Me comenta un anciano: «Padre, usted nos insiste mucho en que anunciemos el nombre de Cristo a quienes no lo conocen. Pero ¿a quién voy a anunciarlo yo, si apenas puedo salir de casa?»

Y, entonces, pienso en Ana, ya muy avanzada en años. Pienso en ella, y en su doble apostolado.

Nos cuenta san Lucas que esta santa mujer vivía sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. He ahí su primer apostolado, el de la oración. Cuánto bien podéis hacer los ancianos con vuestro rosario, si aplicáis esas avemarías por tantas almas que están lejos de Dios. Comenzáis por vuestros familiares: la hija que se apartó de la Iglesia y no ha querido bautizar a vuestro nieto, el hijo que dejó de rezar tras divorciarse de la mujer… Con un rosario en las manos, sois grandes apóstoles.

Y, después, la alegría. Ana alababa también a Dios y hablaba del niño. También vosotros, con una sonrisa, habláis de Cristo a quienes vienen a visitaros. Y ellos, al veros contentos, saben que es Dios quien os alegra la vida. Y toman nota, aunque parezca que no hacen caso.

Sí, sí, los ancianos podéis ser grandes apóstoles, si queréis.

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“Evangelio