El corazón y los labios
Quienes rezamos la Liturgia de las Horas comenzamos la primera oración del día trazando la señal de la cruz sobre nuestros labios mientras decimos: «Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza». Como no tengo que saludar a nadie a primera hora, procuro que ésa sea la primera vez que mis labios se abren al comenzar la jornada. Me gusta que sea Dios quien me los abra. Así es más fácil no decir estupideces después.
La ofrenda de los labios es grata a Dios. Pero no basta. Dios quiere más. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Si, a través de los labios, no entregamos a Dios el corazón, el culto que me dan está vacío.
¿Dónde está tu corazón mientas rezas? Muchas veces, mientras estás pronunciando oraciones o participando en la santa Misa, se te escapa el corazón a tus problemas, al trabajo, a la compra, o a la última serie de TV. Y tienes que rescatarlo para volver a ponerlo en los labios y entregárselo a Dios.
Cuando tu corazón esté en Dios, te sucederá lo contrario. Estarás viendo esa serie de TV, y la estarás comentando con Él.
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