Cuando matas a quien te ama

En la parábola de los viñadores homicidas hay una asimetría dramática entre ambas partes de la historia. Por un lado está el dueño de la viña, quien envía primero a los criados y después a su hijo para percibir su tanto del fruto de la viña. No nos engañemos, a ese hombre no lo mueve el afán de dinero. No comprenderemos su secreto si no lo miramos a la luz de estas palabras de Jesús: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16). Tanto los criados como el hijo quieren restablecer la relación entre los labradores y el Dueño que los eligió. No hay más que amor en esa embajada.

Del otro lado están los labradores: Este es el heredero. Venga, lo matamos y será nuestra la herencia. No hay amor en ellos, sólo egoísmo y afán de riquezas. Ni aman al dueño, ni respetan a los criados ni, desde luego, aman al hijo. Por eso el desenlace es dramático.

Recuérdalo. Cuando alguien te corrige en nombre de Dios, te está amando. No respondas con ira, movido por tu soberbia.

(TOP09L)