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Domingos de Tiempo Ordinario (ciclo C) – Página 2 – Espiritualidad digital

Auméntanos la fe

«Padre, no tengo fe»… Me río por dentro, porque conozco bien al penitente. Y digo por fuera: «Si no tuvieras fe, estarías tomando una cerveza en el bar, y no arrodillado en un confesonario delante de un sacerdote feo que huele a tabaco. Te sucede que no sientes la fe, pero tenerla… ¡Vaya si la tienes! Aunque no sabemos cuánta».

Auméntanos la fe… Qué oración tan hermosa. Precisamente porque no sabemos cuánta fe tenemos, haríamos bien en repetirla muchas veces al día. Quizás nuestra fe es menor que un granito de mostaza. Porque si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería. Yo no necesito arrancar ninguna morera, pero creo que, si tuviéramos fe como un granito de mostaza…

… Veríamos la majestad de Cristo en cada sagrario y en cada Hostia.

… Veríamos miríadas de ángeles alrededor del altar en cada Misa.

… Veríamos al Señor, a la Virgen y a nuestro ángel custodio junto a nuestra cama cada mañana al despertar.

Y, quizás, si tuviéramos fe como un granito de mostaza, pediríamos a Dios cosas distintas de las que le pedimos.

Auméntanos la fe.

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Los cinco hermanos de Epulón

Sabía bien lo que decía Jesús cuando terminaba así su parábola: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto.

Cada domingo, el aire trae la noticia de que ha resucitado un muerto. Y quienes no quieren escuchar, los cinco hermanos de Epulón, siguen sin creer. Algunos, precisamente porque no quieren escuchar, no se acercan a la Iglesia. Otros sí, porque entre los hermanos de Epulón hay de todo. Pero se acercan y no escuchan, no se dejan transformar por lo que oyen. Salen del templo tan ricos como entraron: perfectos dueños de sus vidas. Han consumido religión, y después irán al bar a consumir cerveza.

Porque ésa es la diferencia entre Epulón y Lázaro; los langostinos son una anécdota. Epulón es dueño de su vida: él decide cuándo come y cuándo ayuna, cuándo da limosna y cuándo sale de crucero. Lázaro, en cambio, sólo implora. Está, como Cristo, en manos de Dios y de los hombres. Porque Lázaro es Cristo.

Tú escucha: Ha resucitado un muerto. Con su muerte te ha comprado, y ahora vives para Él. Él es tu riqueza. Eres hermano de Lázaro, no vivas como hermano de Epulón.

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Los bonos del Tesoro

«¡Fernando! ¡He comprado bonos del tesoro!» Me lo dijo mi primer párroco, cuando yo acababa de ser ordenado sacerdote. Había vendido todos sus ahorros, los que guardaba para su jubilación, y había pagado con ellos una deuda de la parroquia. Estaba radiante.

Contrasta esa alegría con las preocupaciones que a tantos les causa el dinero. Cuando lo creemos nuestro, él nos hace suyos y nos secuestra el corazón. Noches en vela, haciendo números en la cabeza; cálculos y más cálculos; hagamos un «colchón», protejámonos… Un sinvivir.

No podéis servir a Dios y al dinero. Y la única manera de servir sólo a Dios es recordar que no somos dueños, sino administradores. Que administramos para Dios cuanto tenemos, y que Él se encargará de que no falte lo necesario.

¿Cómo quiere Dios que administres su dinero? Ahí van tres consejos de buen administrador:

1.–Compra bonos del Tesoro. Y diversifica. Haz tres partes: una para ti, otra para los pobres, otra para la Iglesia. Pregunta al Amo por el montante de cada una.

2.– Evita gastos superfluos. No emplees un dinero que no es tuyo para cosas que no necesitas.

3.– Lleva cuentas de tus gastos. Tendrás que presentarlas un día.

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Un tonto que se salva, y un soberbio que se pierde

Teniendo en cuenta que nadie es bueno sino sólo Dios (Lc 18, 19), habrá que decir que aquel padre tenía dos hijos malos: uno listo y otro necio. Como aquellas diez vírgenes, cinco prudentes y necias otras cinco. El necio pensó que podría vivir sin su padre. Y, tras pedirle la herencia, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. El listo sabía que «como en casa, en ningún sitio». Pero se aburguesó, se llenó de soberbia y se vació de amor.

La diferencia con las diez vírgenes reside en que, en esta parábola, es el necio quien se salva y el listo quien se pierde. Porque el necio, golpeado por la vida y sin el auxilio de su padre, entra en razón a su modo y vuelve a casa arrepentido. El listo, sin embargo, se pasa de listo, se cree perfecto y se permite juzgar a su padre y a su hermano.

Está claro que tiene mejor remedio la estupidez que la soberbia. Tú no caigas en la una ni en la otra. Ama a Dios más cada día y, si le fallas, no esperes para pedir perdón. Lo encontrarás con los brazos abiertos.

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Espantando al personal

Detengámonos en la primera línea:

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús.

Para un vendedor, un político, un periodista, un cantante… es la situación perfecta, el momento oportuno para sacar el conejo de la chistera, meterse al auditorio en el bolsillo y salir triunfante.

Sin embargo, con Jesús todo es imprevisible:

Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío.

Sólo Jesús, ante esa oportunidad de liderazgo, es capaz de encararse con la multitud y decirles: «¿Sabéis en que lío os estáis metiendo? Si venís conmigo, tenéis que preferirme a vuestro padre, vuestra madre, vuestra mujer, vuestros hijos… Y tendréis que cargar con una cruz en la que perderéis la vida».

Obviamente, Jesús se quedó solo. Murió prácticamente abandonado. Y, tras resucitar, no ha bajado el listón. Su palabra resuena como nunca. Quien no quiera ser santo, que no venga. Nadie entrará en el Cielo si decide amar a Cristo «con moderación».

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Nuestro puesto en el mundo

Dice el libro del Eclesiástico: Hijo mío, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso (Ecclo 3, 17). Imagino estas palabras dichas por Dios Padre a su Hijo Jesús mientras Éste pende de la Cruz. El más amado de los hombres.

Si Él, el mayor de todos, se humilló así, ¿dónde estará nuestro puesto?

Vete a sentarte en el último puesto. Humildad viene de «humus», que significa «tierra». Postrarse en tierra para que los demás pasen por encima no está de moda. Nos gusta sobresalir, llevar la razón, ser los más graciosos, los que más morenos vuelven de la playa, los más listos… ¿Cuántas veces has dicho a quien discutía contigo: «Llevas razón, me has convencido»?

¡Míralo en la Cruz, y míralo humillado en la sagrada Hostia! Si allí está el Amor de nuestras vidas, allí está nuestro puesto y nuestro hogar. Cada vez que te abajas, cada vez que cedes, cada vez que das tu brazo a torcer en asuntos opinables (casi todos), cada vez que sirves, cada vez que escuchas, te acercas un paso más al Hijo de Dios. Sigue por ese camino y lo encontrarás. Cuando lo encuentres, descansarás en Él.

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Los peligros de una piedad sin Cruz

Dos mil años después de que la formulara aquel judío, la pregunta sigue abierta: ¿Son pocos lo que se salvan?

El interrogante se podría haber cerrado entonces, puesto que era el propio Dios el destinatario de la pregunta. Pero, tras escucharla, no dio una respuesta, sino un consejo:

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

Y, tras el consejo, una respuesta a la pregunta inversa, es decir, a la de si son pocos los que se condenan.

Muchos intentarán entrar y no podrán.

Tampoco esta respuesta concluye nada, puesto que bien puede ser tomada como una advertencia. Advertencia, por cierto, muy grave, puesto que esos muchos no son precisamente gentiles, sino personas religiosas: Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Ya se ve que comulgaban y escuchaban la homilía. Como para echarse a temblar.

Más bien, como para echarse a amar. Son personas que rezan, pero no renuncian a nada ni entregan la vida. Su piedad es una mística sin ascética, una piedad sin Cruz.

Nadie se salvará sin oración. Pero tampoco se salvará quien no se esfuerce por cruzar esa puerta. Por eso, reza mucho y, mientras reces, jamás apartes los ojos del Crucifijo.

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