Besamanos y tomas de contacto

Me he cansado de decir a las ancianas de mi parroquia que no toquen las imágenes; ni durante la pandemia lo conseguí. Jajaja, el otro día visité a un anciano enfermo de demencia senil. No dice nada con sentido, pero reconoce al sacerdote. En cuanto entré, se levantó, me cogió la mano, y la besó mientras decía esta jaculatoria: «¡Cagüen!». Me troncho.

Los evangelios están llenos de personas que anhelan tocar el cuerpo del Señor. Todos son enfermos, y en ese contacto con la humanidad de Cristo buscan sanación. Lo cierto es que la encontraron. Aquella mujer hemorroísa (no «hemorroidea», como me decía un feligrés) pensó: Con sólo tocarle el manto curaré. Y se curó. En cuanto a la hija de Jairo, Jesús la cogió de la mano, y la niña resucitó.

Todas estas personas –incluidos mis ancianitos– tienen una intuición muy poderosa: buscan inmediatez, acortar distancias con Jesús. Cristo no es alguien con quien te puedas permitir quedar a unos metros, necesitas tocarlo y abrazarlo, quieres su calor.

Lo comprendo. Yo también quisiera tocar esas manos. Pero será en el cielo. Para la tierra tenemos la comunión, las imágenes… y las manos del sacerdote. A ser posible, sin jaculatorias.

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