La Resurrección del Señor

octubre 2023 – Página 3 – Espiritualidad digital

La fidelidad de uno

Leemos el Evangelio, lo disfrutamos, damos gracias al Señor por su palabra y la guardamos en el corazón. Pero no consideramos qué habría sido de nuestras vidas si una persona que vivió hace dos mil años no hubiera sido fiel. Hubo un médico que aceptó la llamada de Cristo. Pero si ese médico, san Lucas, no hubiera sido fiel…

No conoceríamos el diálogo entre la Virgen y Gabriel.

No conoceríamos a Zacarías e Isabel.

No conoceríamos parábolas como la del hijo pródigo, el buen samaritano, u otras.

No sabríamos que Jesús sudó sangre en Getsemaní.

No sabríamos que Jesús pidió perdón para sus verdugos desde la Cruz.

No conoceríamos al buen ladrón.

No conoceríamos a los discípulos de Emaús.

No existiría el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Y habría muchos más detalles que desconoceríamos, y que omito por razones de espacio.

Puffff… ¿Te das cuenta de la importancia de la fidelidad de una persona? No reparamos en ello, porque todos esos textos son palabra de Dios y se los agradecemos al Espíritu Santo. Pero, si Lucas no hubiera sido dócil, no podríamos.

¿Has pensado alguna vez en lo que depende de que tú seas fiel? Ni lo imaginas.

(1810)

¿Por qué se ha de lavar el autor de la limpieza?

La obligación de lavarse las manos antes de tocar el pan procedía de un precepto rabínico. En varias ocasiones, los fariseos reprocharon a Jesús que sus discípulos lo incumplieran. Pero, en casa de aquel fariseo que invitó al Señor a comer, fue el propio Jesús quien omitió el preceptivo lavado de manos, provocando el escándalo de su anfitrión.

El fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer.

No pensaréis que se trataba de un descuido del Maestro. Todo lo que Jesús hizo estaba perfectamente medido, diríamos que no dio «puntada sin hilo». Al quebrantar voluntariamente aquel precepto, Jesús estaba, en primer lugar, declarando el fin de una Ley que ya reventaba por sus costuras ante Aquél que vino a darle plenitud.

Estaba declarando, también, la libertad del cristiano, la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21). El hijo ya no sirve a la Ley, sino al Amor.

Por último, al no lavarse las manos, Jesús anunciaba una limpieza muy superior a la del cuerpo. Él, Cristo, es la limpieza misma. Y nosotros, quienes rebosamos por dentro de rapiña y de maldad, debemos lavarnos en el agua que brotó de su costado.

(TOI28M)

El signo de Jonás

Me he acordado de Epulón, cuando pedía a Abrahán que enviase a Lázaro resucitado a casa de sus hermanos, para ver si, así, se convertían.

Esta generación es una generación perversa. Pide un signo... «¡Convénzame, padre!». A muchos les gustaría que los convirtieran a la fuerza: grandes milagros, imágenes sagradas llorando sangre, estrellas cayendo del cielo…

Pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Jonás era un pobre hombre, un alfeñique que no tenía ni media bofetada. No convencía a nadie; o te fiabas de él, o seguías tu vida como si tal cosa y allá tú. Pero los ninivitas se fiaron, y esa fe los salvó.

Mira al Crucifijo… ¿A quién convence un crucificado? ¡Si parece vencido y fracasado! Si te fías de Él, eres un loco para el mundo, el mundo se fía de los poderosos y millonarios, no de un crucificado. Y, sin embargo, Él es más que Jonás.

El Papa es un pobre hombre. Tu obispo es un pobre hombre. Y tu párroco, no digamos. Pero, a través de ellos, te habla Cristo. Ya ves que Dios no quiere convencerte a la fuerza. O te fías de ellos, o… tú sabrás.

(TOI28L)

Los grandes vividores

Mirada desde lejos, la fe cristiana, para muchos, consiste en que todo lo que te gusta, o engorda, o es pecado. La mitad de las cosas que les gustan engorda, y bastante fastidiados andan ya con sus dietas. Entonces piensan que, si se hacen cristianos, tendrán que privarse también de la otra mitad, la que es pecado, para poder después ir al cielo…

Peor es que muchos cristianos también parezcan creerlo. Ven la misa como un deber penoso. Abúrrase cuarenta minutos a la semana, y después san Pedro le abrirá las puertas del Paraíso. Buscan siempre la misa más corta para que el trago sea más llevadero. Pobrecillos. Desde luego, no se les ocurriría ir a misa si no es día «de precepto», salvo los obligados funerales. Menudo disgusto se llevarán cuando descubran que el cielo es una misa interminable.

El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. La misa es el gran banquete, aperitivo del banquete celeste, y los cristianos somos grandes vividores, comedores y bebedores de manjares selectos. Y hasta que no disfrutemos de la Eucaristía como del mayor de los gozos, no estaremos preparados para disfrutar del cielo.

(TOA28)

Lo que sólo el alma puede gozar

Envanecerse ante los halagos es propio de necios. Lo mejor es aprovechar los halagos para dar gloria a Dios. Jesús aprovechó la alabanza de una buena mujer para impartir una preciosa catequesis:

– Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. – Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Como de costumbre, el Señor tiene razón. La bienaventuranza, esa felicidad inefable de los santos, no es algo que suceda en el vientre ni en el pecho, sino en lo más profundo del alma. Llevar a Dios en el seno es un privilegio admirable, como lo es el comulgar todos los días y ver al pobre cuerpo convertido en sagrario. Pero la Virgen no es bienaventurada por haber llevado en el seno a Dios, como tampoco lo somos nosotros por el mero hecho de deglutir la sagrada Forma. Ella es bienaventurada poque escuchó en su corazón al Verbo que llevaba en sus entrañas y permitió que se apoderase total y amorosamente de su vida.

Cuando, al comulgar, abrimos el alma, escuchamos y nos dejamos invadir, convertimos la deglución en comunión, y se llena el alma con el gozo de los santos. Bienaventurados, entonces, nosotros.

(TOI27S)

Anuncios de Ikea y reino de Dios

¿Os acordáis de aquel anuncio de Ikea que proclamaba la «República independiente de mi casa»? No sé si lo hubieran hecho hoy, tal como están las cosas por España, pero da igual; la república independiente de mi casa no existe.

¡Qué ingenuidad, o qué falacia, la del hombre que cree no servir a nadie! El hombre vive siempre arrodillado. O se arrodilla ante Dios, y es liberado y amado, o se arrodilla ante Satanás, y queda esclavo de las sombras.

El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.

No existe opción intermedia, no hay república independiente de mi casa. O eres reino de Dios, o formas parte del reino del Demonio. Y la línea que separa ambos reinos no es la de la oración. Los fariseos rezaban siete veces al día y sirvieron al Enemigo. La distinción entre ambos reinos la marca la obediencia: ¿Haces la voluntad de Dios, o la tuya propia? Porque quien reza y después hace lo que le viene en gana lleva marcado a fuego el «Non serviam» («No serviré») de Lucifer.

Sólo quien hace la voluntad de Dios es reino de Dios. Lleva la enseña de su Hijo: «Serviam».

(TOI27V)

Apóyate en mí

¡Qué preciosa alabanza, la que brotó de aquella mujer de entre el gentío!: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Es todo un canto a la Encarnación del Verbo y a la maternidad divina de María. Bendito vientre, benditos pechos, porque de ese cuerpo tomó cuerpo el Verbo divino. La carne que comulgamos cada día ha salido de ese vientre.

Y hoy, fiesta de la Virgen del Pilar, la contemplamos como la contempló el apóstol Santiago: subida a la columna, apoyada en la Roca. Esa pequeña imagen venerada en Zaragoza nos habla de la Virgen como la mujer fuerte a la que ensalzan las Escrituras. Su fuerza no viene de ella misma, sino del hecho de estar apoyada en Dios. Ella, María, es la casa edificada sobre la Roca.

Le dice al apóstol, y nos dice a nosotros, con su presencia sobre el Pilar: «No temas, apóyate en mí, que yo estoy firmemente apoyada en Él. Si te apoyas en mí, no caerás».

Un rosario, una mirada cariñosa a una imagen de la Señora, una jaculatoria tomada de las letanías lauretanas, el Ángelus rezado con pausa a mediodía, tres avemarías antes de dormir… ¡Bien apoyado!

(1210)

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