Cuando los judíos acusan de blasfemia a Cristo por haberse declarado Hijo de Dios, Él les responde con una frase de la Escritura: ¿No está escrito en vuestra ley: «Yo os digo: sois dioses»? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: «¡Blasfemas!» porque he dicho: «Soy Hijo de Dios»?
La cita es del salmo 82: Yo declaro: «Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos, moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos» (Sal 82, 6-7). Y es toda una sentencia para quienes, por segunda vez, trataban de lapidar al Señor.
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Podría pensarse que, tras haber escapado dos veces, Jesús fue, finalmente, detenido en Getsemaní, asesinado en una cruz, y vencido por sus perseguidores. Pero no es cierto, porque aquélla fue su mejor escapatoria: una vez sepultado, rompió la muerte y escapó para siempre de las manos del Enemigo.
El mundo, el demonio y la carne nos persiguen para matarnos. Y nosotros nos abrazamos al Crucifijo, sin miedo, porque, unidos a Él, escaparemos.
(TC05V)