Me hace gracia la traducción oficial del Evangelio al castellano. Leo que, tras la multiplicación de los panes, los discípulos recogieron los pedazos sobrantes y llenaron doce canastos. Jajaja, perdonadme, pero, por mi edad, me acuerdo del Oso Yogui, cuando robaba los «canastos» de los excursionistas. También recuerdo los tebeos de mi infancia, donde «¡Canastos!» era una exclamación frecuente.
Y, con todo, esos «canastos» son el precedente de nuestros sagrarios. En ellos se guarda la reserva del Pan de vida, y frente a ellos aprendemos que la Eucaristía no sólo se come con la boca; también se come con los ojos. Igual que algunos enamorados se devoran con la mirada, así devoramos amorosamente al Señor cuando fijamos la vista en el sagrario.
¿Qué ves, cuando miras un sagrario? No es un televisor… ¿por qué pasas una hora entera con los ojos en él? Porque, aunque los ojos no ven nada, al fijar la vista en sus puertas, el alma se adentra, traspasa sus paredes, se introduce en el copón, taladra la apariencia de pan y se asienta en su Señor, realmente presente en el tabernáculo. Gozo yo más mirando a un sagrario que el Oso Yogui con todos sus canastos.
(TP02V)