¡Qué peligro tiene esto de la religión! Perdonad, espero saber explicarme y que podáis entenderme. Pero ¡es tan fácil engañarse con la religión! Porque está llena de manifestaciones externas de piedad, obras externas de misericordia, ritos sacramentales, reuniones y asambleas… Todo ello es bueno y necesario. Pero, si no estamos alerta, nos acabamos creyendo salvados, como el joven rico, por cumplir con todo: vamos a Misa, visitamos enfermos, damos limosna y acudimos puntualmente a nuestras reuniones parroquiales o de grupo. Cuando nos queremos dar cuenta, nos olvidamos de lo principal: el corazón.
¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.
Estas ciudades aclamaban al Señor, y en ellas realizó Jesús gran parte de sus milagros. Pero Cristo veía los corazones, y sentía lástima. No estaban convertidos.
Imagina una pared llena de humedades. Si, en lugar de sanearla, pintas encima de las manchas, volverán a salir. Y pondrás litros y litros de pintura para disimularlo, pero lo estropearás aún más. Así es quien quiere cubrir con prácticas piadosas un corazón no convertido.
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