Cuando Isabel la Católica llamó a fray Hernando de Talavera para confesar con él, el fraile se negó a arrodillarse ante la Reina. «Sois vos quien os debéis arrodillar, pues, en este sacramento, yo represento a Cristo». La Reina decidió que, en adelante, él fuese su confesor. Con razón.
El hombre vive siempre de rodillas; sólo se trata de elegir ante quién se postra. Muchos viven arrodillados ante el dinero, el sexo, el poder o la soberbia. Y dan lástima, porque el hombre no ha sido creado para humillarse ante los ídolos. Pero cuando ves a un hombre de rodillas ante Dios, algo se estremece dentro de ti. Ese hombre, que, postrado ante el misterio, está reconociendo su grandeza y majestad, es un gigante.
Me cuesta entender que retiren los reclinatorios de los templos; o que, pudiendo hacerlo, muchos no se arrodillen durante la consagración. ¿No se dan cuenta de lo terrible que es ese momento en que Dios desciende a la tierra? Sólo encuentro explicación en las palabras de la serpiente: «Seréis como dioses».
Cayendo de rodillas, lo adoraron. Ahí tenéis a tres gigantes: tres hombres que, al atisbar la grandeza de Dios, caen postrados y rendidos de amor.
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