Nota san Juan que Caifás, al ser sumo sacerdote, queriendo maldecir, profetizó cuando dijo: Os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera. Pero, acto seguido, el propio apóstol nos regala una profecía llena de luz: Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Eso es lo que sobrecoge hasta el tuétano en la Pasión de Cristo. Que los hombres quisieron arrojar fuera del mundo al Hijo de Dios, que lo trataron como al último de los mortales, que lo despreciaron y lo apartaron hasta el Calvario… y que, al hacerlo, convirtieron a Cristo crucificado en el centro mismo del Cosmos y de la Historia. En ese terrible Viernes, a Satanás le salió todo al revés. Pues, queriendo arrastrar, levantó; queriendo humillar, ensalzó; queriendo ultrajar, glorificó; y queriendo matar, abrió las puertas de la vida eterna. Es estremecedor.
Dos mil años han pasado. Y, desde lo alto de la Cruz, Cristo sigue llamando a esos hijos de Dios dispersos como llama el pastor a las ovejas. Y muchos, en esta Semana Santa, se acercarán a Él y lo abrazarán.
(TC05S)