A las puertas de la solemnidad de Cristo Rey, pregustemos ese día en que su reinado brillará de un extremo al otro del cielo, cuando venga revestido de majestad sobre las nubes.
Y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. La expresión hijos de la resurrección es sublime. Porque el resurgir glorioso de los muertos el día de la venida del Hijo del hombre se nos presenta como un gran alumbramiento. La tierra, entonces, morirá al dar a luz para la gloria a sus hijos. Y será reemplazada por cielos y tierra nuevos.
Los recién nacidos serán hijos de Dios, y sus cuerpos, glorificados a semejanza del de Cristo, verán cumplidas las palabras del discípulo amado: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es (1Jn 3, 2).
Entonces nos daremos cuenta de que esta vida no ha sido sino una larga gestación entre tinieblas. Todo habrá valido la pena cuando, asidos al talón del Resucitado como se asió Jacob al talón de Esaú, amanezcamos, por fin, a la luz. Y la luz es Cristo.
(TOP33S)