A ver. Que me lo expliquen. Por un lado, dice el Señor: Matarán a algunos de vosotros. Y, poco después, añade: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. O sea… ¿me van a cortar la cabeza, pero no voy a perder ni un pelo? Por no hablar de los que he perdido ya sin necesidad de más verdugos que el paso de los años y los disgustos.
Me he acordado del martirio de los siete hermanos macabeos. Uno de ellos, cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «Del Cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios» (2Mac 7, 10-11).
Cristo está hablando de la resurrección, en la que esperaban aquellos siete hermanos. En esta tierra lo vamos a perder todo, con o sin persecuciones. Pero cuando nuestros pobres cuerpos resuciten, cuanto hemos perdido por amor lo recobraremos glorioso y transfigurado. Hasta el último pelo. En el cielo no hay calvos.
Se que no es el motivo más elevado, pero es argumento de sentido común. Puesto que todo lo vamos a perder, ¿no es mejor entregarlo libre y generosamente? Sufriríamos menos.
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