El martirio de Juan Bautista, preludio de la Pasión de Cristo, es un enorme interrogante.
Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
¿Por qué ese odio, por qué esa violencia del mundo contra Cristo que no se ha apagado en dos mil años? ¿Por qué a los sacerdotes nos insultan por la calle personas que no nos conocen, y que parecen soltar espumarajos por la boca a la vista de un alzacuellos?
Sólo se me ocurre una respuesta: Creo que, mientras haya un profeta, un santo, un verdadero cristiano en el mundo, aunque sea uno solo, el mundo sabrá que no puede pecar tranquilo. Y eso no lo soporta.
Y, al final, ¿para qué? Juan no logró que Herodes se separara de Herodías, lo único que logró fue que lo matasen. ¿Le valió la pena? La respuesta siempre es «sí». Y podemos afirmar, sin ninguna duda, que, de haber sabido cómo sería su final, Juan hubiera hecho exactamente lo mismo. Porque su misión iba mucho más allá de Herodes: él, que señaló con su dedo al Cordero, es la flecha que apunta al Crucifijo. Es el mayor de los nacidos de mujer.
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