«Me voy a arrimar a usted, a ver si se me pega algo»… Qué horror. Me lo dijo una señora, durante un viaje en autobús que hacíamos con la parroquia, mientras ocupaba el sitio pegado al mío. Y yo que quería rezar las Laudes durante el viaje… En todo caso, la señora consiguió lo que quería. Salió del autobús con olor a tabaco, que es a lo que huelo yo, incluso mientras no fumo. Pero no sé si le compensó la maniobra.
Tenía razón, de todas formas, aquella buena mujer. El arrimarse provoca el contagio. Y quien se arrima a lo bueno, algo bueno se lleva. Quien a la Virgen se arrima, su perfume se le pega. La Virgen huele a Dios, está impregnada del buen olor de Cristo.
Eso es el rezo diario del Rosario: un arrimarse a la Virgen día tras día. Quien así lo hace termina por parecerse a ella en la humildad, la alegría, la obediencia, la pureza… Creo que el mejor camino hacia la santidad es el contagio.
A quien no reza nunca el Rosario le parece imposible rezarlo todos los días. Y quienes llevamos muchos años rezándolo a diario ya no lo podemos dejar.
(0710)