Si los fariseos hubieran querido entender en toda su profundidad las palabras de Jesús, lo habrían lapidado allí mismo. Pero estaban demasiado ocupados en acusar a los apóstoles, quienes iban arrancando espigas en sábado.
¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cómo entró en la casa de Dios, comió de los panes de la proposición y se los dio también a quienes estaban con él? El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado.
Leedlo bien. Cristo se está proclamando Señor, es decir, «Dueño». Él es el Dueño del campo, Él es el Dueño del sábado, Él es más rey que David… ¡Él es Dios! Él es el Hombre para quien se hizo el sábado, destinado a albergar el descanso del Hijo en un sepulcro nuevo. Leídas así, las palabras de Cristo son una auténtica declaración de soberanía y majestad divinas.
Y, en ese caso, los apóstoles, y también nosotros, que caminamos junto a Él, somos los amigos del Esposo, estirpe de reyes.
Vuelve ahora a leer a san Pablo: Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1Cor 3, 23).
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