Hay videntes que no ven nada, y hay ciegos que ven muchísimo. Bartimeo veía más que todos los fariseos juntos. La prueba está en las palabras que le dedica Jesús:
Recobra la vista, tu fe te ha salvado.
Más luz recibía Bartimeo de aquella fe que la que después recibió del sol. Porque, aunque sus ojos estaban sellados, él veía que Jesús podía curarlo; es decir, que era Dios. Veía claramente que no debía callar en sus gritos, aunque los hombres se lo pidieran, porque es mucho mejor relacionarse con Dios que obedecer a las criaturas. Veía que tenía que darle pena a Cristo y despertar su compasión.
Por tanto, aunque la ceguera física no es una cualidad envidiable, este hombre debería despertar en nosotros, por su fe, una «santa envidia». Porque muchas veces nosotros, que llevamos gafas para corregir la miopía, no vemos lo que tenemos delante de nuestras narices: a Cristo, a la Virgen, a nuestro ángel, y esa mano providentísima de Dios que todo lo ordena para nuestro bien.
No sabemos qué fue de Bartimeo después de aquello. Pero deseo su suerte para mí: llegar a ver con mis ojos a quien ahora veo por la fe.
(TOI33L)