Hoy, en España, es el día de los mamarrachos. Porque el que a uno le toque el gordo de la lotería puede ser una buena noticia (o mala, según los casos). Pero, por mucho gordo que te haya tocado, nada en este mundo justifica que salgas a la calle con este frío a pringar las aceras con espuma de champán, y menos aún que pegues esos gritos ante las cámaras de la tele. Hoy no hay quien vea un telediario, todos abren con mamarrachos millonarios agitando botellas.
Hay alegrías mejores y, desde luego, mejores formas de expresarlas. Yo me retiro de la tele y me voy al Evangelio. Esa alegría me interesa mucho más, es mi premio gordo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.
Son las primeras contracciones de júbilo ante un parto inminente. Cuando al profeta Isaías se le manifestó la gloria de Yahweh, temblaban las jambas de las puertas (Is 6, 4). Hoy vemos a María, la puerta de la salvación, temblando de gozo ante el Niño que está a punto de salir por ella.
Que se queden los mamarrachos con el gordo. Yo me quedo con el Niño.
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