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Espiritualidad digital – Página 42 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

El cajón de los malos recuerdos

La Cuaresma, más que el tiempo del ayuno y los rigores, es, por encima de todo, el tiempo de la misericordia. Durante estos días, los pecadores nos preparamos para recibir, sobre el Calvario, toda la misericordia de Dios derramada en la sangre de Cristo. Y nos preparamos, sí, con ayunos y rigores, pero también, y muy principalmente, ejerciendo nosotros esa misericordia que suplicamos del Señor.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Es preciso que repasemos nuestra vida y examinemos si hay ofensas que no hemos perdonado. No te extrañe que te lo diga, hay personas mayores que arrastran resentimientos desde la niñez o la juventud. «Eso ya pasó», dicen… Guardaron el recuerdo infectado en un cajón, y decidieron no mirarlo más para no sufrir, pero, desde lo profundo del cajón, la infección se propaga al alma entera.

En ocasiones se tratará de ofensas recientes. Pero, en otras, tendrás que abrir el cajón de los malos recuerdos, sacar de allí ofensas pasadas, y rezar por quienes te hicieron daño, pidiendo la gracia de perdonarlos. Es el comienzo de la sanación.

(TC01M)

Autorretrato

Una vez más, se yergue en el horizonte del desierto, como enseña, el Crucifijo:

Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.

Si tomas estas palabras como un imperativo moral de conducta, tan sólo generarás mala conciencia. Has pasado de largo delante de demasiados pobres. Pero estas palabras están pronunciadas en primera persona por Jesús; son un autorretrato de Cristo crucificado. Él es quien tiene hambre, quien grita su sed desde el madero, quien fue forastero en esta tierra, quien fue desnudado por los soldados, quien enfermó hasta morir en el Gólgota, quien estuvo preso en el sanedrín.

Por eso, antes de flagelar tu mala conciencia, dedica un tiempo a la contemplación serena y amorosa. Mira al Crucificado y enamórate. Porque quien no se enamore del Crucifijo, como han hecho los santos, jamás comprenderá las bienaventuranzas. Pero quien se enamore del Crucifijo reconocerá las llagas de Jesús en los dolores de los hermanos. Y ponerse a su servicio ya no será el fruto de un imperativo moral; será, sencillamente, una cuestión de amor.

(TC01L)

Un catálogo para el desierto

desiertoAquí te dejo un catálogo, basado en las tentaciones del desierto, para que hagas tu plan cuaresmal. Bastará con que elijas un propósito de los que te ofrezco en cada bloque:

Di a esta piedra que se convierta en pan: a las tentaciones de la carne responderemos con ayuno. Menos comida. Menos alcohol. Menos dulces. Quienes fuman, menos tabaco. Menos series de TV. Menos redes sociales. Menos palabras (calla un poco). Menos quejas.

Si te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. A la tentación del poder, responderemos con la oración, que nos hace adorar al único Dios. Media hora diaria de oración mental. Misa diaria. Rosario diario. Via Crucis. Visita al sagrario cada día. Adoración eucarística. Lectura de alguna vida de Cristo.

Tírate de aquí abajo. A la tentación del triunfo y la cosecha de alabanzas, responderemos con la limosna, que nos pone a los pies del prójimo. Más dinero en el cestillo de la iglesia. Regala tu sonrisa a los demás. Escucha al prójimo. Regala tu tiempo. Ama a tu enemigo. Perdona las ofensas. Pide perdón a quien ofendiste. Saca la basura en casa.

Tres propósitos. Uno de cada bloque. Y, con la ayuda de Dios ¡a cumplirlos!

(TCC01)

Contigo, al fin del mundo

vocaciónLa invitación de Jesús a Leví es terminante. De no ser por la dulzura de su voz, casi diríamos que parece una orden:

Sígueme.

Escuchada hoy, el sábado previo al primer domingo de Cuaresma, esa invitación nos llevará directamente al desierto. Mañana amaneceremos en ese lugar cuyos dos únicos pobladores, además de las alimañas, parecen ser Cristo y Satanás. La Iglesia nos invitará a permanecer allí, como Jesús, durante los próximos cuarenta días.

Podemos encarar la travesía de dos maneras: La primera consiste en centrar la atención en lo que nos faltará. El desierto supone hambre y sed, ayunos y penitencias, rigores y batallas. Pero, si encaramos de esta forma la Cuaresma, se nos hará amarga y tediosa, aunque tratemos de endulzar esa amargura con la esperanza de un futuro desquite pascual.

Hay otra forma de encarar la travesía: Fijemos la mirada en Cristo, nuestro Moisés, aquél que nos ha invitado hoy a seguirlo y que nos guiará a través del desierto. Enamorémonos de Él, consideremos la Cuaresma como un viaje en intimidad de Amor, como un noviazgo que llegará al desposorio sobre el monte Calvario. Digámosle: «Contigo iré al desierto y a la Cruz. Contigo, al fin del mundo».

(TC0S)

Extraños funerales y ayunos redentores

Me cuesta entender esos banquetes que se meten entre pecho y espalda en los funerales de las películas americanas, con la viuda sirviendo sándwiches y los hijos del difunto llenando copas. A mí la muerte me quita el hambre, no me apetece ponerme ciego a canapés junto a un cadáver. Me apetece más rezar el rosario.

Y, en el fondo, de eso se trata: de que el ayuno parezca lo más natural del mundo en un viernes de Cuaresma, como comer parece lo más natural del mundo en una boda.

Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Nos sumergimos en esos días en que el Esposo nos fue arrebatado, es decir, en el Viernes Santo y en la meditación de la Pasión de Cristo, y entonces el ayuno brota solo, porque lo que el alma apetece es el silencio, la oración y el recogimiento, no el ponche con sándwich de jamón y queso.

No creo que vaya a redimir mis muchos pecados por no comer carne o desayunar menos. Pero si esos pequeños gestos significan hacer presente en mí la Pasión de Cristo, entonces el ayuno y la abstinencia, clavados en la Cruz, redimirán la tierra.

(TC0V)

El momento de la Verdad

Como el caminante mantiene su mirada en el Norte para no errar el camino, así nosotros, desde el comienzo de la Cuaresma, mantenemos la mirada en la Cruz. Hacia ella nos dirigimos, porque ella es la consumación de un Amor y la puerta de una Vida.

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.

Y es que la Cruz es el momento de la Verdad; así, con mayúscula. Porque allí Cristo está desnudo y empobrecido. Las multitudes que lo siguieron buscando sus milagros, al pie del Calvario se retiraron y no volvieron. ¿Qué iba a hacer por ellos un Mesías ultrajado, al borde de la muerte? Sólo quienes amaban a Cristo por sí mismo, no por sus dones, llegaron, con Él, a lo alto del Gólgota.

El Crucifijo se alza sobre el Monte como un enorme interrogante: ¿Tú estás dispuesto a renunciar a los dones de Jesús y quedarte con el Cristo desnudo de la Cruz? ¿Estás dispuesto a perderlo todo salvo a Él?

Por eso ayunas y das limosna, para ir perdiendo. Por eso te entregas a la oración, para ir ganando. Aprende a amar.

(TCOJ)

¡Lo siento!

«¿Y por qué me voy a confesar yo? ¡Si no tengo pecados!»

Quien no tenga pecados no se acerque hoy a recibir la ceniza, no lo necesita. O quizás necesita, primero, examinarse mejor.

Porque el rito de la ceniza es la plasmación de un «lo siento».

Lo siento, Señor, porque te he fallado y te he ofendido. Lo siento, porque he hecho daño a mis hermanos. Lo siento, porque he defraudado a tu Amor.

No tendría sentido recibir la ceniza sobre la cabeza si el corazón no está encogido por la contrición y abrumado por el arrepentimiento.

A lo largo de los próximos cuarenta días, expresaremos ese arrepentimiento a través del ayuno, quitándonos un poco a cambio de lo mucho que nos dimos; a través de la oración, acercándonos a Aquél de quien, por el pecado, nos alejamos; a través de la limosna, devolviendo a los demás una parte de lo mucho que les quitamos.

Y entonces la Cuaresma será un tiempo de verdadera renovación interior, una purificación del corazón a través de esa muerte que da paso a una vida, un abrazo al Crucificado que nos bañará en su sangre para que amanezcamos, limpios y resucitados, a la Pascua.

(TC0X)

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