Se me marcha mi querido vicario parroquial. Es triste para mí, pero bueno para él, porque le ha llegado la hora de ser párroco. Y hoy me ha comentado su intención de pintar la que será su nueva casa. Hace bien, pero seguirá siendo la casa de un hombre que vive solo. Como la mía. Los sacerdotes seculares no vivimos bien. En cierta ocasión, un amigo me regaló una flor: «No te preocupes, que no tienes que regarla, es de mentira. Pero ponla en algún sitio, que se nota que en tu casa no ha entrado jamás una mujer».
Jesús tampoco vivió bien durante su vida pública. Dormía en el suelo, en casas prestadas, en un huerto… o no dormía, porque pasaba la noche en oración. Pero, de cuando en cuando, pasaba por Betania, y allí, en casa de Marta, María y Lázaro encontraba un hogar.
¡Cómo lo querían esos hermanos! Cuando cruzaba la puerta de su morada, podía quitarse el abrigo, ponerse las zapatillas, sentarse al fuego y descansar. Fueron pocos momentos, pero, desde que abandonó la compañía de la Virgen, fueron sus únicos momentos de hogar.
Ojalá en nuestras parroquias, y en nuestras almas, encuentre Jesús su Betania.
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