Parece que se repitiera la escena de Navidad, cuando la Virgen fue llamando a las puertas de Belén en busca de un lugar donde alumbrar a su Hijo, y todas se le cerraron salvo las de un establo. Han pasado más de treinta años, el Salvador sigue buscando alojamiento, y las puertas de los hombres siguen atrancadas para Él:
Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron (Jn 1, 11).
Me dirás que tú lo recibes cada vez que comulgas. Pero eso no siempre es verdad. Cuando comulgas, Él pasa por tu cuerpo, y su paso apenas dura unos minutos, hasta que las sagradas especies se disuelven. En ese tiempo, Él llama a las puertas de tu alma, y tú debes abrirlas. El mero deglutir no es comulgar. Abre de par en par el corazón, deja que entre hasta el fondo, hasta lo más íntimo de ti, y que allí se apodere de tus afectos, tus pensamientos, tu memoria y tu imaginación. Déjate tú devorar por Él. Eso es recibirlo.
(TOI26M)
