¡Qué inmensa responsabilidad, la de quien recibe la antorcha! ¡Qué necio sería si pensara que hace una buena obra por prestar a sus hermanos unas horas de luz, cuando les debe la vida entera! ¡Cómo no ha entendido que quien puso en sus manos la antorcha le arrebató la vida, y lo convirtió en siervo de los demás!
Me dices: «Hoy he hecho apostolado. He tomado café con un amigo y he aprovechado para hablarle sobre la confesión». Después hiciste la compra, antes hiciste la cama y la habitación, por la tarde hiciste tu trabajo y por la noche hiciste tiempo antes de acostarte viendo una serie de Netflix.
Vosotros sois la luz del mundo. ¿No lo entiendes? ¿No ves que el apostolado no es algo que haces, sino algo que eres? Eres apóstol, y tu vida entera debe ser apostolado. Si sólo te acercas a quienes no creen para tomar un café y asestarles una charla, eres un pesado. Si vives entre ellos, oras por ellos, los amas como los ama Cristo, les anuncias su nombre y por ellos entregas la vida, eres apóstol. Y lo eres mientras haces tu trabajo, haces la cama, haces tiempo o tomas café.
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