El de Lucas es el relato más completo de la visita de Jesús a Nazaret. Vale la pena leerlo despacio, hay muchos matices.
Sube Jesús a hacer la lectura del profeta y, al terminar, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Contempladlo, es como una exposición del Santísimo, todos callados mirando a Jesús. Él, entonces, confirma el cumplimiento de la profecía, y la adoración se vuelve alabanza: Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Hasta ahí, muy bien. Pero siempre hay alguien que pincha el globo y rompe el encanto: ¿No es este el hijo de José?
«El hijo de José… ¡Pero si hasta hace cuatro días nos estaba haciendo sillas! ¡Venga, hombre! ¿Me va a salvar a mí el carpintero?». El entusiasmo se torna en bronca.
Jesús no se defiende. Incluso los encrespa más. Y les cuenta cómo dos paganos tuvieron más fe que los israelitas. Ellos se enfurecen y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.
Conclusión: es fácil reconocer que Jesús es el Salvador. Lo difícil es dejarse salvar por Él.
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