Docilidad

Qué ridículos son quienes parecen no tener otro objetivo en la vida que ensalzarse a sí mismos, situarse sobre los demás, exhibir los talentos que tienen y los que no tienen, y cosechar aplausos de los hombres. Lo difícil es no sentir satisfacción cuando, después de encumbrados, los vemos caer.

Qué hermosa es la Virgen María, cuyo único afán parece ser el de postrarse ante Dios y dejarse ensalzar por Él.

He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

Todo en ella es un dulce «dejarse». Se deja amar por su Creador, se deja humillar ante la Cruz, se dejar elevar al cielo por los ángeles, y –hoy lo celebramos– se deja allí coronar por su Hijo. Porque no dudo que fue su Hijo quien depositó esa corona de estrellas en la cabeza de su madre.

Ese dulce «dejarse» no significa pasividad, como la del barro inerte en manos del artista. Porque el barro no siente ni padece, ni pone nada de su parte. La actitud de la Virgen no es pasiva, sino receptiva, acogedora. Acoge libremente la gracia que la santifica, la paladea y la medita en el corazón. Semejante actitud tiene un nombre: docilidad.

(2208)