La Resurrección del Señor

Espiritualidad digital – Página 26 – Brevísima homilía diaria, por José-Fernando Rey Ballesteros

ESPIRITUALIDAD DIGITAL

Los del cinco raspadillo

Todos los años igual. Cuando se acerca el día del Pilar, cada vez que suena el teléfono ya sé lo que me van a preguntar. «Padreeeee ¿el día del Pilar es precepto?». Lo peor es que, cuando les digo que no, suspiran aliviados. «¡Bien!». Y, si les miento y les digo que sí, les estropeo el día. Este año opté por coger el teléfono y, sin esperar a la pregunta, decir: «No es de precepto». Cuelgo.

Bendito precepto, si nos recuerda la necesidad que tenemos de la Eucaristía. Pero maldita forma de entenderlo la de los del «cinco raspadillo». «Padre, a mí con un cinco raspadillo me basta, soy muy humilde. Yo con ir a misa cuando es precepto, confesar por Pascua y rezar un padrenuestro cada noche tengo bastante».

Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. Tal como están los tiempos, los del cinco raspadillo no pueden perseverar; se los lleva el mundo. Perseverarán quienes, como las vírgenes prudentes, guarden un extra de piedad en sus alcuzas. Ve a misa todos los días, y te quitarás dos preocupaciones: los preceptos y la apostasía.

(TOA32)

¿Para qué se nos ha dado la vida?

La pregunta es tan básica, tan elemental, que a veces pudiera parecer una pregunta estúpida. Sin embargo, la auténtica estupidez se alcanza cuando la pregunta no se responde. ¿Para qué se nos ha dado la vida?

Hay quien piensa que la vida se nos dio para echar la siesta; otros creen que para amasar dinero; otros creen que para disfrutar de los placeres carnales… y todos ellos acaban frustrados e insatisfechos por no haber sabido responder bien a la pregunta.

La vida se nos ha dado para que la entreguemos por amor. Más aún: para que la entreguemos, por amor, a Aquél que nos la dio. Y, al hacerlo, alcancemos el gozo de un Amor eterno.

Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. Contempla, hoy sábado, a Jesús sepultado. Todo lo ha entregado, todo le falta. Y va a ser recibido en el cielo por su Padre y sentado a su derecha. Del mismo modo tú: no te guardes nada, ni tu tiempo, ni tus fuerzas, ni tus bienes. Sé generoso, entrega por amor cuanto has recibido, y experimentarás la dicha de los bienaventurados.

¿Qué te falta por entregar?

(TOI31S)

Una quita de deuda

La parábola del administrador infiel es muy singular. Sólo la cuenta san Lucas, y su enseñanza final se resume en que los «buenos» parecen tontos. Hasta los «malos», por sus caminos, alcanzan la sabiduría que no alcanzan los «buenos».

Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

Aquel administrador corrupto, una vez descubierto su fraude, necesitaba que los demás tuvieran misericordia de él. Por eso, comenzó por ser él misericordioso con los deudores de su amo. – ¿Cuánto debes a mi amo? – Cien barriles de aceite. – Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.

No hace falta que eches mano de la virtud, si no la tienes. Echa mano del sentido común. Si hoy te llamase Dios a su presencia, ¿no necesitarías que fuera misericordioso contigo? Y ¿cómo esperas que lo sea, si no has sido capaz de perdonar a tus hermanos? La antigua traducción española del Padrenuestro rezaba: «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores».

Por tanto, si, aunque no seas bueno, eres listo, empieza a llamar a tus deudores y trátalos como quisieras ser tú tratado cuando te llame ese Dios a quien tanto debes.

(TOI31V)

El santo dolor de los pecados

El látigo de Cristo llora sangre. Lleva en sus cuerdas el llanto de un corazón que ve la casa de su Padre convertida en lugar de pecado y de comercio. ¿Cómo te sentirías si vieras el hogar donde creciste convertido en guarida de ladrones, y la alcoba donde amorosamente fuiste engendrado convertida en lupanar?

Quitad eso de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Por desgracia, siempre habrá mercaderes en la casa de Dios mientras habitemos en esta tierra. Siempre existirán, en el alma y en la Iglesia, intereses carnales y pecados. Pero si, al menos, su presencia nos hace sufrir y nos mueve a penitencia, ese dolor y esa expiación serán látigo que purifique el templo.

Sin embargo, si un día los pecados no nos hicieran sufrir; si conviviéramos pacíficamente con ellos; si llegáramos a sentarnos con los mercaderes en la casa de Dios para repartir con ellos las ganancias… moriríamos.

Haz examen de conciencia cada noche. Y renueva el dolor de tus pecados y el propósito de enmienda antes de dormir. Así dormirás tranquilo y vivirás en paz, con la paz más deseable: la de quien no descansa en su guerra contra el pecado.

(0911)

Cadenas que nos atan

Me encontraba de visita en casa de una anciana a quien llevo cada semana la Comunión. Y, al poco de entrar yo, salió de casa su hija. Pasados diez minutos, entró nuevamente en casa: «Me he tenido que volver. Me había dejado aquí el teléfono móvil». Cogió su teléfono y volvió a marcharse con el gesto contrariado de quien había perdido diez minutos de vida.

Me dio que pensar. Sobre todo, porque lo que le sucedió a esa mujer me puede suceder a mí. Alguien nos ha atado al teléfono móvil con una cuerda de no sé cuántos metros de largo, los suficientes para estirarse durante diez minutos y paralizarnos después. ¿Estamos realmente ganando libertad con todos estos artefactos, o estamos siendo esclavizados por las cosas? ¿Somos más libres que aquellos discípulos de Jesús que salían de una aldea sin previo aviso para dirigirse a otra tan ligeros de equipaje como los pájaros?

Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Renunciar a todos los bienes no significa dejar de usar las cosas que nos ayudan. Pero examina si estás atado a algo que no sea al propio Cristo.

(TOI31X)

Una maravillosa pérdida de tiempo

Está claro que los invitados al banquete de la parábola eran gente con «posibles». Se nota por las excusas: He comprado un campo… He comprado cinco yuntas de bueyes… Y luego está el que dice: Me acabo de casar. Ése estaba todavía en el banquete de bodas poniéndose ciego con el solomillo y el Rioja.

Por eso dice el Señor que más fácilmente entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. Porque los ricos tienen siempre mucho que hacer. Tienen tanto que hacer en la tierra que no encuentran tiempo para el cielo. En el fondo, el culto a Dios les parece una pérdida de tiempo. Y la gente con «posibles» no puede permitirse perder el tiempo. Por eso los pobres son tan pobres: porque hasta el tiempo lo pierden.

Tú no seas tan rico; no tengas tanto que hacer. Lo mejor de la vida es perder el tiempo con Dios. Lo pierdes porque lo entregas; porque renuncias a pensar que es tuyo y que ya decidirás si le haces a Dios un hueco en tu agenda.

Tú pierde el tiempo con Dios, y Él te hará habitar la eternidad.

(TOI31M)

¡Que aproveche!

Decía Aristóteles que, para que dos personas se considerasen amigos, debían haber consumido juntos varios kilos de sal. Dejando aparte a los hipertensos, que estarían condenados a la soledad, eso supone muchos kilos de carne, de pescado, de pasta y de huevos. ¡Que nos los digan a nosotros! Nuestra amistad con el Señor se forja, en buena medida, en el banquete de la Eucaristía, tan salado que nos convierte en «sal de la tierra».

Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos. ¿Con quién compartes el salero? ¿A quién invitas a tu casa a comer? ¿Con quién quedas a cenar en tu restaurante favorito? Porque, si sólo comes con personas que comparten tu misma fe, aunque pases un rato agradable y la comida esté deliciosa, poco aprovecha a tu alma y al mundo tu gasto en sal.

Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos. Ojalá tus mejores amigos, aquellos con quienes comes y cenas, sean quienes más necesitan tu sal: ateos, agnósticos, y todos aquellos que viven sin Dios. Si así lo haces, con gusto te diré: «¡Que aproveche!»

(TOI31L)

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