Porque amar siempre es cosa de dos

Amar siempre es cosa de dos. Tú puedes profesar a otra persona un cariño inmenso, y quisieras entregarle tu propia vida. Pero si esa persona no quiere tu vida, ni quiere tu amor, ni quiere tu ayuda, tu amor es un amor frustrado. ¿Qué podemos hacer, qué puede hacer Dios con quienes parecen empeñados en no dejarse amar?

Por eso inventó Cristo un amor sacerdotal, un amor nuevo que lo llevó a promulgar su Mandamiento Nuevo: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Ya no se trata de dar la vida a los amigos, si los «amigos» no la quieren recibir. Se trata de entregar la vida a Dios por los amigos. Cierto, amar es cosa de dos. Y si tú no quieres recibir mi amor, no lo derramaré en vano. Desde la Cruz, entregaré al Padre toda mi sangre por ti. Y seremos dos –el Padre y yo– los que con nuestro Amor te redimiremos.

Ahora te toca a ti. Unido a Cristo crucificado, entrega tu vida a Dios en sacrificio por quienes no quieren dejarse amar.

(TP05V)